¿Dónde se encuentra la tumba de César Vallejo?

¿Dónde se encuentra la tumba de César Vallejo?

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No sufro este dolor como César Vallejo. No me duele ahora como artista, como hombre o incluso como simple ser vivo. No sufro este dolor como católico, como musulmán, ni como ateo. Hoy simplemente sufro. Si no me llamara César Vallejo, sufriría este mismo dolor. Si no fuera un artista lo sufriría igualmente. Si no fuera un hombre o incluso un ser vivo, lo sufriría igualmente. Si no fuera católico, ateo o musulmán, lo seguiría sufriendo. Hoy sufro desde lo más profundo. Hoy simplemente sufro.

Hoy sufro inexplicablemente. Mi dolor es tan profundo que no tiene causa ni carece de ella. ¿Cuál sería su causa? ¿Dónde está esa cosa tan importante que dejaría de ser su causa? Nada lo causó; nada ha dejado de ser su causa. ¿Por qué ha nacido este dolor, por sí solo? Mi dolor viene del viento del norte y del viento del sur, como esos huevos neutros que algunos pájaros extraños incuban del viento. Si mi novia hubiera muerto, mi dolor sería el mismo. Si me hubieran cortado la cabeza del cuello, mi dolor sería el mismo. Si la vida, en definitiva, fuera de otra manera, mi dolor sería el mismo. Hoy sufro desde más arriba. Hoy simplemente sufro.

El resto puede irse al infierno te quiero absolutamente

Vallejo dice hoy que la Muerte está soldando cada límite a cada mechón de pelo perdido, desde el cubo de un frontal, donde hay algas, melisa que canta a divinos semilleros en alerta, y versos antisépticos sin dueño.

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Oh valle sin altura de madre, donde todo duerme un medio tono horrible, sin ríos refrescantes, sin comienzos de amor. Oh voces y ciudades que pasan al galope en un dedo que apunta a la calva Unidad. Mientras, de mucho en mucho, pasan labradores de una gran estirpe sabia, tras las tres dimensiones tardías.

Oh piedra, almohada bienfaciente al fin. Amémonos los vivos a los vivos, que a las buenas cosas muertas será después. Cuánto tenemos que quererlas y estrecharlas, cuánto. Amemos las actualidades, que siempre no estaremos como estamos. Que interinos Barrancos no hay en los esenciales cementerios.

Oh piedra, almohada benefactora al fin. Amemos los vivos a los vivos, pues agradecidos los muertos serán después. Cuánto debemos amarlas y abrazarlas, cuánto. Amemos a los actuales, pues no siempre seremos como somos. Porque no hay Barrancos interinos en los cementerios esenciales.

Cómo pintar legionarios romanos de la época imperial

Hermano, hoy me siento en el banco de ladrillo de la casa donde crecimos y pienso en otra época en la que los dos éramos jóvenes, tú más joven que yo, y en la forma en que discutíamos por todo. Tus manos en el estanque al lado de la casa buscando pequeñas ranas verdes, tú mucho más rápido que yo, y cómo yo sólo te buscaba a ti, con la palma de la mano levantada y esperando alguna señal de cercanía entre nosotros, pero tú sólo pasabas el tiempo esperando la siguiente cosa fugaz que no podía ser atrapada, tus dedos sumergidos bajo la oscuridad del agua, incluso ahora, el mejor lugar para esconderse.

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LOS DESGRACIADOS

[Había en Clayton Eshleman una sabiduría feroz que se manifestaba en su notable poesía y en una serie de traducciones (Vallejo, Césaire, Artaud y otros) que entraba en su propia vida de sueños y despertares de una manera desconocida para la mayoría de los poetas-traductores: una narrativa de interacciones con su tema que no tiene precedentes y con una conciencia deliberada de lo que está haciendo y por qué y de cómo puede fracasar en ese esfuerzo. El siguiente poema, pues, a la sombra de su reciente muerte, es una pieza de hace unos años que había preparado con él para Poemas y Poética pero que nunca había publicado. Su importancia para mi propia vida y obra es imposible, en este momento, de expresar plenamente, y su ausencia es ahora una pérdida irremediable. (j.r.)]

La primera vez que conocí el tjurunga (o churinga, como también se escribe) fue gracias a Robert Duncan en su ensayo “Rites of Participation” (de The H.D. Book), que apareció en Caterpillar #1, 1967. Duncan citaba a Geza Róheim (“La tjurunga, que simboliza tanto el órgano genital masculino como el femenino, la escena primigenia y el concepto de padre combinado, el padre y la madre, la separación y la reunión… representa tanto el camino como la meta”) y luego comentaba “Esta tjurunga empezamos a verla no como la identidad secreta del iniciado de Aranda sino como nuestra propia identidad freudiana, la conciencia conglomerada de la mente que compartimos con Róheim … la simple tjurunga aparece ahora no como simple sino como el complejo móvil que S. Giedion, en La mecanización toma el mando, consideraba que encarnaba mejor nuestra experiencia contemporánea: “toda la construcción es aérea y se cierne como el nido de un insecto”, un sistema suspendido, tan artificioso que “una corriente de aire o el empuje de una mano cambiarán el estado de equilibrio y las interrelaciones de los elementos suspendidos… formando constelaciones imprevisibles y siempre cambiantes y confiriéndoles así el aspecto de espacio-tiempo”.

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